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Pero Jesús les decía:

—No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, entre sus familiares y en su casa.

Y no pudo hacer allí ningún hecho poderoso sino que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos. Estaba asombrado a causa de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor, enseñando.

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